Capítulo 3: El culto de Zero.


Parte 6:
*Whew*, tomé una gran bocanada de aire.
Al momento siguiente, solté un inmenso aullido, y mientras duraba la confusión, tiré las ropas viejas de Zero sobre ella. Despertando al inconsciente vendedor, recogí la ropa interior que habíamos escogido y los arrojé junto con Zero al fondo de la tienda. Le rugí para que se quedase allí hasta que se lo hubiera puesto todo, a lo cual ella respondió:
— ¡Eso duele! ¡Siempre eres muy violento! ¡A una damisela hay que tratarla con más delicadeza!
— ¡Si eso es lo que piensas, busca en un diccionario la palabra modestia y reflexiona por un año lo que significa!
Albus y el vendedor permanecieron apartados de la discusión.
— ¡Oh dios mío… oh dios mío…!
—Eso fue hermoso… ¡Ya puedo morir en paz!
Estaba claro que esas criaturas llamadas brujas, vivían totalmente al margen de las costumbres del mundo. Entre ellos, Zero parecía ser alguien excepcional.

Zero llevaba los pantalones cortos, los calcetines largos que llegaban hasta la mitad de sus piernas y el enorme abrigo negro con una capucha. Siendo sincero, Zero no parecía una persona normal, honesta y bondadosa, pero había dado grandes pasos hacia esa meta. Con su rostro, sentí que el personal de cualquier posada de alto nivel que pudiéramos visitar estaría encantado de alojarnos en sus mejores habitaciones, pero teniendo en cuenta que harían un escándalo durante nuestra estancia, decidí rechazar esa posibilidad, para alojarnos en los suburbios.
Yo prefería quemar las ropas viejas de Zero, pero el vendedor insistió ruidosamente que nos daría todo lo que quisiéramos por ellas. Hice un trato con él de para vaciar nuestra deuda a cambio de la ropa. Simplemente era una capa que había estado llevando Zero por años. Pero no era difícil de imaginar el valor que podría tener algo como eso, para un viejo de mediana edad sin ningún contacto con una mujer atractiva.
Confirmando que la dueña estaba de acuerdo en ceder su antigua vestimenta a ese imbécil, Zero declaró que no era su problema cómo sería tratada esa vieja amiga de la que se había despedido. Ella es muy fría, pensé, una pequeña risa se escapó por mi garganta, aunque probablemente yo también era así de insensible.

—Mercenario, mercenario.
Estaba caminando con Zero sobre mi hombro, cuando noté un fuerte tirón de orejas. Ow, maldita bruja enana.
—Por allí huele genial, tengo hambre.
Miré a donde señalaba Zero. Había una calle lateral agrupada con varias tiendas. Una fila de carros de comida ocupaba una sección de la calle, todos ellos entusiasmados promoviendo sus comestibles a los transeúntes.
Algunos puestos ofrecían frutas peladas, mientras otros tostaban trozos de carne. A mí también me estaba entrando el hambre. Estaba a punto de preguntar si querían ir a almorzar antes de dirigirse a una posada, pero Albus ya se había precipitado hacia uno de los puestos de comida. Zero saltó de mi hombro y lo persiguió.
—Vosotros dos… ¡Esperad! ¡Estáis dejando atrás a uno de los vuestros!
No importaba cuanto gritase, parecía que mis palabras no les alcanzaban. Corrí detrás de ellos, entre la multitud. Cuando por fin les alcancé, me los encontré masticando, ambos habían pedido lo mismo. Unas entrañas bien hechas y verduras intercaladas entre dos pedazos de pan, un plato muy popular.
Por la expresión de autoestima del dueño del carro, parecía que Zero había pagado más dinero del que debería, sin saber el precio del mercado. Viendo que yo era el compañero de Zero, el dueño del carro me dio un sándwich extra grande con un trozo de carne dentro.
—La carne esta deliciosa, mercenario. Deberías probarla.
— ¡Estas verduras son muy crujientes! ¡Saben taaan bien!
Mientras miraba a los dos, la grasa que cubría sus bocas, la cara llena de pan, pensé que ninguna reprimenda podría corregir su grosería. Resignado le di un mordisco a la comida.

No fue difícil encontrar un lugar para alojarnos.
En una ciudad tan grande como esta, no había escasez de posadas que estaban dispuestos a acomodar huéspedes con circunstancias especiales. El anciano que dirigía el mostrador de recepción ni siquiera me miró por ser un caído, y obtuvimos una habitación doble y otra individual.
—Tú estarás conmigo, chaval.
— ¡¿Eeeeh-?! ¿Por qué? ¡No quiero! ¡Quiero mi propia habitación!
—De eso nada. No estoy seguro de que no saldrás corriendo cuando puedas. Te quedaras donde pueda verte.
—Si compartes el dormitorio conmigo, es posible que pierdas la cabeza mientras duermes, eres consciente de eso ¿no?
Tranquilamente retiré un rollo de cuerda que colgaba de mi cintura. Para bien o para mal, yo no era alguien que se sintiese culpable por atar a un niño y tirarlo en un rincón.
— ¡Z-Zero, ayúdame!
Con una voz miserable, Albus se volvió a esconder detrás de Zero.
—No seas cruel con el chico, mercenario.
— ¡Entonces compartiré la habitación con Zero! Está bien mientras no me quede solo, ¿verdad?
Todavía aferrado a la espalda de Zero, Albus hizo esa ridícula petición. El pequeño diablo pervertido. Si pensaba que ser un chico bonito me haría darle lo que quisiera, entonces se llevaría una desagradable sorpresa. Lo agarré por el cuello de la camisa y le arrastré, mientras forcejeaba, a nuestra habitación.
Aunque Albus había luchado y protestado como pudo, una vez que lo arrojé a la cama y lo dejé allí, no tardó mucho en quedarse dormido. Había dicho que el hedor de los animales lo mantendría despierto, pero se entregó al sueño muy rápido. Seguro que estaba fingiendo para poder tomarme por sorpresa, miré para ver si estaba despierto, sólo para asegurarme. Parecía que estaba realmente dormido.
— ¿En serio? De verdad que eres un niño.
Tenía que estar exhausto. Probablemente no había conseguido ni un momento de descanso durante los últimos días, ya que me había perseguido por el bosque, pasó una noche escapando del Etrauk de Zero y me atacó una vez más la mañana siguiente. Probablemente tampoco había dormido bien en la casa abandonada de la noche anterior, así que no fue una sorpresa que no pudiera resistirse a una cama blanda y unas sábanas calientes.
—No es como que no entienda el sentimiento de querer ser más fuerte…
Con una uña perfectamente recortada, toque gentilmente la mejilla de Albus.
Mientras lo hacía, Albus frunció el ceño y se encogió en una pelota, comportándose como un animal para mi diversión. Comencé a sentirme un poco travieso, pero aunque era un niño, seguía siendo un hechicero.
De todos modos, tuve que tomar un baño y lavar toda la suciedad de mi largo viaje. Sería raro estar demasiado limpio como un mercenario, pero no quería contraer enfermedades de la piel por ser demasiado guarro. Los caídos también podrían estar infestados de pulgas.
Primero, tuve que ir a buscar al viejo en el mostrador de recepción y pedirle que me preparara un poco de agua caliente. Ya que estaba cubierto de pelos, lavarme era una tarea más complicada que mojar una toalla y frotarme con ella. La única manera de deshacerse de la suciedad y las pulgas seria encontrar una piscina lo suficientemente grande llena agua caliente y meterse dentro de ella, lavando su cuerpo entero.
Fantaseando de bañarme en el patio antes de que el sol se ocultase para poder secarme en sus rayos, estaba a punto de salir de la habitación, pero primero decidí atar a Albus con fuerza a la cama y salí de la habitación, sólo después de echar un vistazo a mi obra.
— ¿Tomando un baño, mercenario?
Estaba en el patio.
El viejo recepcionista, no había mostrado ningún indicio de sentirse o no amenazado por mí, manchado de sangre, barro y hierba, y cumplía perfectamente su deber.
Me dieron una bañera y tres cubos de agua caliente. Se decidió que, como compensación, sacaría agua del pozo para reemplazar la cantidad que usé.
—Un monstruo de pelo y jabón ¿eh? Los niños curiosos de la zona te miran a escondidas.
— ¿Ellos… ellos no me tienen miedo?
—El miedo se obtiene a posteriori. Mostrando que no tienes intención de intimidarles, creó que no se asustaran sin motivos.
—Bueno, los niños más pequeños se pondrían a llorar de terror.
—Por alguna razón, dije. Si una bestia carnívora colosal apareciera frente a una persona, la temería instintivamente.
Entonces me tienen miedo, ¿o no? Mientras lo meditaba frunciendo el ceño, la mirada de Zero se dirigió a su escondite. Vi a tres niños mirándome como si estuvieran viendo un espectáculo.
Mostrando los colmillos, les rugí y se dispersaron mientras gritaban de miedo.
— ¿...Deseas ser temido?
—Yo no voy a ser algo que la gente mire por diversión… En realidad, es mejor alejarse de los caídos. Somos tratados como monstruos por toda nuestra vida. Por supuesto, hay muchos de nosotros que se han convertido en monstruos, ¿sabes?
—Los humanos crean sus propios monstruos, ¿no?
—Eso es cierto. Bueno, puede que solo este en nuestra naturaleza el ser monstruos.
—Estas equivocado. La verdad es que tu alma es muy humana.
— ¿Quién sabe?
No podía juzgar por mi cuenta si me comportaba o no como un humano. Además de eso, ni siquiera podía mantener relaciones normales con los humanos. Pensar en ello era inútil porque el punto de comparación no estaba cerca en primer lugar. Cada vez que oía hablar de ser humano y humanitario, sentía que ya no lo era.
—No pongas esa cara. Si no eres un humano, desearía que el resto del mundo fuera igual que tú.
—Que una bruja esté deseando algo como eso…
 Ya era hora de dejar de ser tan deprimente. Pero en mi mente, eso sólo significaba cambiar las palabras que salían de mi boca. Volví la mirada hacia el cielo y di un pequeño suspiro, soplando algunas burbujas en el aire. Tocando una burbuja suavemente, se levantó de un salto, como si hubiera tenido una idea.
—Debe ser difícil para bañarse cuando tiene un cuerpo tan grande. Te ayudaré a lavarte la espalda.
— Vaya con la señora Generosa ¿No dijiste que odiabas sudar?
—Y así es, pararé antes de empezar a sudar. Además, estoy seguro de que lavar una criatura tan grande será muy divertido.
[Hermit: … A mí no me miren, el que quiera pensar mal con esa última línea que lo haga bajo su propia responsabilidad.]

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